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Cinco minutos con HoloLens

Mi cita decía “Halo V Experience” pero la traducción que yo hacía era algo así como “Halo V bla bla bla”. Me parecía un abuso...

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Mi cita decía “Halo V Experience” pero la traducción que yo hacía era algo así como “Halo V bla bla bla”. Me parecía un abuso de la palabra ‘Experience’. “¿Ya lo jugué anoche. Qué más van a enseñarme?”, pensé. Fue entonces que me formaron en una fila, y un tipo con bata de laboratorio me tomó las medidas entre los ojos con un aparatejo como de optometrista y me colgó una tarjeta con un 62. Entré a un cuarto y la palabra ‘Experience’ cobró sentido. La demostración incluía probar HoloLens.

Cuando la científica más guapa de la historia –bueno, no era tan guapa ni lucía tan científica, pero quiero hacer más épica mi narración– me ajustó el visor a la cabeza, mi primera impresión fue de “esto no funciona”. “¿Ves los cuatro puntos?”, me preguntó. Yo, que me espanto cuando una mujer atractiva me dirige la palabra, dije en voz bajita: “Yes”, aún si no veía nada. Pero de pronto me asomé a algo. Y entonces agarré el HoloLens de la manera en que no tenía que agarrarlo. La científica más guapa del mundo, ahora con voz de “a ver, idiota”, me ajustó el visor y, de la nada, sobre un muro vi una proyección que sólo aquellos con HoloLens veíamos. Ahí estaban los cuatro puntos. Sí, tenía que agachar la cabeza como jorobadito para lograrlo pero, ¿qué más daba? “¿Así estás bien?” Seeeeeh, claro, científica más guapa del mundo. Así jorobado me siento increíble.

Avancé por un pasillo mientras unas flechas flotantes me indicaban la ruta a través de HoloLens. Como si estuviera en un tutorial, la distancia a la flecha intangible variaba a cada paso que daba. De pronto, una flecha me indicó que debía girar. Otro científico –este no estaba guapo, según recuerdo– me dijo que volteara a ver la ventana. ¿Cuál ventana? “Esa ventana”, me dijo. Y, entonces, en donde antes había un muro, HoloLens me presentó, efectivamente, una ventana.

Naves de aspecto Halesco (reminiscente a Halo, pues) se estacionaban y despegaban. “Muévete y asómate”, me dijo el científico. Me moví y me asomé y me asombré con la perfección del video; el que me movía era yo, la ventana que no era ventana permanecía estática en el lugar que debía estar, como una ventana de verdad. La escotilla virtual se cerró y una nueva flecha me indicó cómo llegar hasta mi nuevo lugar, justo frente a una mesa completamente vacía.

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La escena posiblemente sea muy común en manicomios y centros de rehabilitación para adicciones: seis tipos alrededor de una mesa mueven la cabeza de manera caprichosa e intentan agarrar algo que, evidentemente, no existe. Sin embargo, para los seis tipos que cargábamos con el visor de realidad aumentada de Microsoft, ahí había una nave. Pero no era una nave cualquiera; era una nave que, si dirigíamos la vista a cierto punto, nos decía características específicas de esa zona del vehículo. Mirabas hacia el otro lado de la nave y otras características surgían.

De pronto, una proyección surgió frente a nosotros. Un teniente o coronel o brigadier o algún grado militar similar nos indicaba que, en efecto, estábamos a punto de enfrentarnos contra el enemigo. La proyección detalló cómo sería que competiríamos (12v12), cuáles serían las zonas que debíamos proteger y cómo haríamos para triunfar (por puntos o por conquista de la base rival). Era evidente que los seis a la mesa estábamos ansiosos de entrar al campo de batalla asistidos de estos lentes todo poderosos. Desafortunadamente, llegó el momento de quitarnos los HoloLens. Sí, estábamos a punto de probar la modalidad Warzone de Halo 5: Guardians, pero, al menos por esta ocasión, tendríamos que sobrevivir sin HoloLens.

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