Como sabes, estamos viviendo una temporada complicada. La invasión del nuevo virus está cambiando rápidamente muchos conceptos que tenemos ya establecidos desde hace años. Uno, muy significativo, se trata de lo que conocemos hasta hoy como “oficina”. Claro, dependiendo de tus actividades esta palabra tendrá mayor o menor significado.

Por mi trabajo he tenido la oportunidad de visitar muchos tipos de oficinas, desde las más simples hasta los llamados “campus” donde hay miles de personas laborando.

Recuerdo que, en un viaje a las oficinas centrales de Microsoft, hace muchos años, una de las características que nos hacían notar es que “cada quién tiene su oficina cerrada”, esto referido a los programadores, que necesitaban un espacio tranquilo y sin interrupciones. Así, podías ver largas filas de pequeñas oficinas con una ventana (para poder ver un poco hacia dentro y hacia afuera).

Esto es sin duda una gran inversión en recursos materiales. Espacio, mobiliario, servicios y demás. Tal vez para esa empresa y para otras, estaba más que justificado. Pero ojo, en aquellas épocas no había Internet como lo conocemos hoy, se usaban “módems” y la línea telefónica para conectarse y, francamente, no se podía hacer mucho más que leer noticias y mensajes de otras personas.

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¿Qué pasó? Con el tiempo este concepto de “oficina para cada uno” fue cambiando a nivel general, no sólo en la empresa que menciono y así conocí muchas otras, donde presumían del “espacio abierto”.

Recuerdo en IBM a principios de este siglo, simplemente había mesas con sillas y nada más. La pregunta era, ¿dónde trabajan? Y es ahí cuando entendí por primera vez el concepto de trabajo remoto y oficina virtual.

Recuerdo que me decían “aquí la gente viene a la oficina cuando necesita, toma cualquier lugar disponible y se conecta”. Vaya, ¡qué modernidad! Pensé en aquellos días, donde ya teníamos redes más robustas para poder conectarnos (vía la computadora) a la oficina.

¿Qué siguió pasando? Pues lo que todos conocemos hoy en día, hasta antes de la cuarentena forzada, mucha gente, los que pueden, comenzaron a hacer “home office”, un concepto a veces bien entendido pero muchas veces ligado a historias como: “es que no vas a hacer nada en tu casa”, “como voy a revisar que realmente estés trabajando” y temas similares. Y sí, dependiendo del tipo de trabajo obviamente la presencia física es importante, pero para muchos otros, no es fundamental.

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Conozco mucha gente que hace “home office” un día a la semana, por ejemplo. Se quedan en sus casas y desde ahí trabajan en lo que tienen pendiente. Otros, de plano, me comentan que sus jefes nunca les ofrecerán esa opción porque sienten que perderán el control y finalmente la gente “estará en pijama todo el día flojeando”. Y pues algunos seguramente si podrán hacer eso en su día en casa, pero otros no.

Ahora, regresemos a estos días en los que, por asuntos meramente sanitarios, muchas compañías han decidido cerrar sus instalaciones y mandar a todos los empleados a sus casas. ¿Cómo está funcionando? Todavía es muy pronto para decir, pero creo que se encontrará lo siguiente.

Uno es que la empresa definitivamente no puede trabajar en ese esquema y necesitan estar todos presentes físicamente en la oficina. Otro es el que descubren, a fuerzas, que sí es posible sacar la mayoría del trabajo pendiente a través de conexiones, videoconferencias y demás elementos modernos. No es lo mismo, pero sí se puede.

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Pero hay un último escenario que es un poco más preocupante. Seguramente muchos puestos o trabajos no estaban realmente justificados en la organización y es posible, sólo posible, que desaparezcan.

¿Por qué? Simplemente porque pueden terminar su trabajo en un par de horas, porque lo que hacen no es relevante, porque sus actividades están repetidas, en fin, una gran cantidad de opciones que, la verdad, pondrán a temblar a varios y, desde el lado de la empresa, podrán tomar decisiones.

Esto no es nada bueno para los que están en latablita, pero como en las crisis siempre existen oportunidades, pues seguramente algunos lo podrán aprovechar y, en un descuido, reducen en un 90% el tamaño de sus oficinas, ahorrando una considerable cantidad de dinero.