A principios de febrero de 2019, Bloomberg dio a conocer que Sony reportó su peor caída fiscal desde 2015, a partir de las débiles ganancias relacionadas con su marca PlayStation.

Las acciones cayeron 8.1% en Tokio, luego de que los ingresos por concepto de videojuegos reflejaran una disminución del 14% durante la temporada navideña (se vendieron 8.1 millones unidades de PlayStation 4 en el último cuarto de 2018, contra las 9 millones desplazadas en el mismo período de 2017).

La nota, junto con los resultados fiscales de Nintendo que colocan al Switch como la consola mejor vendida de 2018, detonó reacciones de todo tipo, dentro de las cuales hay teorías en torno a la supuesta inminente muerte de PlayStation.

¿Un “débil” (y remarco el entrecomillado) año fiscal significa que una marca esté próxima a morir? No necesariamente.

Primero pisemos un poco de realidad. Es cierto que en el último lustro se han visto caídas en absolutamente todas las ramas tradicionales del entretenimiento, como consecuencia del auge del streaming.

La industria del disco perece poco a poco, las entradas al cine se venden menos, tiendas como Mixup se ven orilladas a reducir sus espacios y a incluir en sus catálogos cómic, libros y gadgets, y los teléfonos inteligentes y tablets se comen una parte importante del mercado de videojuegos.

Por otro lado, la piratería y los altos costos de los productos impactan negativamente a la venta de consolas y software, y escándalos como el despido masivo en Activision Blizzard solo acentúan el panorama negativo que rodea a la industria interactiva.

Es un tiempo difícil, pues, pero si dejamos de ver los resultados dentro de una escala macro, el futuro de PlayStation no deja de ser prometedor.

Primero lo primero: PlayStation 4 es la consola mejor vendida de la generación actual, con 100 millones de unidades vendidas desde su lanzamiento hace más de cinco años. Eso automáticamente pone a la marca en una situación privilegiada con respecto a su competencia.

Por otro lado, PlayStation 4 tiene IPs exclusivas que refuerzan el nombre de Sony como referente para los consumidores que buscan experiencias imposibles de encontrar en cualquier otra consola.

También recordemos que Sony tiene experiencia con las malas ventas de su hardware y software, y que sabe cómo aprovechar la inercia y rebasarlas (el PlayStation 3 cosechó críticas negativas en su primera etapa de vida y la falta de juegos de calidad hizo que su comienzo fuera lento).

Pero el aspecto más importante ni siquiera está en Sony y su PlayStation, sino en Nintendo, marca que, cual ave fénix, voló alto, dominó un mercado, cayó estrepitosamente, tardó en recuperarse y resurgió de las cenizas para convertirse de nuevo en un faro guía.

Nintendo hizo una apuesta arriesgada con el Nintendo 64 y desafortunadamente no prosperó.

Las malas decisiones impactaron a las consolas subsecuentes y empezó a decirse que la Gran N se saldría del negocio del hardware (tal como le hizo Sega), pero después de varios tropiezos y ensayos y errores, la Gran N resurgió con el Switch, la consola que está definiendo la salida de esta década.

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Son varios los ejemplos que podemos tomar para estar tranquilos por el futuro de PlayStation; todos los factores están a favor de Sony y su consola.

Insisto, este es un tiempo difícil para todas las verticales de entretenimiento, pero la historia demuestra que un mal año fiscal no necesariamente está ligado a la desaparición de una iniciativa. Hay PlayStation para rato.