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La necesidad de ser alguien

Hace unos años, cuando Internet y la web empezaban, un argumento muy usado era que de alguna manera, gracias a la red de redes, podíamos...

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Hace unos años, cuando Internet y la web empezaban, un argumento muy usado era que de alguna manera, gracias a la red de redes, podíamos ser nuestro propio editor, publicar nuestras ideas sin necesidad de que alguien las calificara o las evaluara para saber si valía la pena su publicación. Otro argumento en este mismo tenor era que Internet era democrático y que uno podía poner una página con la información que quisiéramos y que entonces, tendríamos presencia en la red, igual que la tiene IBM, Apple, Microsoft o cualquier otra gran corporación.

Con el tiempo surgieron los blogs, en donde mucha gente (me incluyo), pudo sacar a luz sus pensamientos, su discurrir, sus ideas, aunque éstas no sean populares en algunos o muchos casos. De pronto hubo furor en la red por hacer blogs y con el tiempo, como todo, se fue decantando hasta quedar aquellos que siguen escribiendo con regularidad en sus propios espacios virtuales.

Ahora, sin embargo, es la época de Twitter y Facebook, de las “redes sociales”, las cuales tiene como nunca, mayor empuje gracias a que los medios de comunicación las sacan a relucir cada vez que pueden: si hay una emergencia por un huracán, ya tenemos al comunicador en la TV diciendo que gracias a Twitter se pudo dar aviso a tiempo del fenómeno metereológico, o bien, que gracias a Facebook una niña desaparecida fue hallada después de que se hizo un grupo dentro de esta red social con el afán de buscarla y regresarla a casa. Hoy día, en México hay un canal de TV de paga, llamado “ForoTV”, que está dedicado a la polémica, a la discusión, al rollo que se lanzan gozosos los comentaristas en diferentes tópicos, ya sea de política, deporte, cultura, espectáculos, etc. En todos ellos siempre hay un espacio para decirnos: “En Twitter JuanitoRedondo nos dice que no está de acuerdo con nuestra postura”, o cualquier opinión de un desconocido con un seudónimo simpático, que está siguiendo la transmisión y entonces sale al aire su comentario escrito en la página de Twitter. Así, de pronto, el hombre de la calle, el interlocutor X, tiene voz y voto, opinión “certera”, aunque claro que esto último depende de quién lee y comenta el tweet escrito. Sartori, el del libro Homo Videns, tenía razón al final de cuentas: el hombre de la calle, del cual no sabemos nada, emite su opinión en un medio electrónico y este simple hecho ya la valida, aunque en el fondo sea una estupidez.

Lo curioso ahora es que todos en los medios se sienten con esa necesidad de ser alguien. Por ejemplo, escucho una estación de radio, cuando regreso a casa, mientras manejo. Ahí hay un programa de música y el locutor en turno dice: “sígueme en Twitter: mi nombre es @locutorfamoso… Así estaremos en contacto”, o bien, “dame de alta en Facebook: aparezco con el nombre de locutor_famoso… Sí, locutor guión bajo famoso”… Igualmente muchas páginas ya tienen enlace con Twitter y Facebook, para que los interesados se den de alta y “los sigan”.

Y seamos francos: ¿quién quiere seguir los comentarios del eventual locutor que tiene un programa en donde pone música? Porque finalmente su única credencial es la de que es un locutor de radio. No sabemos nada de su trayectoria, de si es capaz o no, de dónde ha trabajado, etc. Es decir, no sabemos nada de él pero el locutor apela al auditorio a que lo sigan en Twitter o en la red social Facebook. Debe tener mucho que decir, supongo.

Pero no solamente estos locutores de radio se promocionan en Twitter. Ya no hay artista, mexicano o extranjero, que no esté en Twitter o Facebook. Ahí los histriones narran sus aventuras y desventuras, por ejemplo, Ludwika Paleta (¿de verdad se llamará así?), que puso en su Twitter que había acabado su relación sentimental de dos años con noséquién o bien que ya se había casado con noséquiénotro. ¿En verdad la Sra. Paleta tiene que mandarnos este Tweet para que así sepamos de su vida personal y privada? Yo no veo la necesidad. Supongo que después de un mensaje de esta naturaleza la señora en cuestión no tiene derecho a vida privada, pues ventila sus asuntos íntimos en una página de Internet que no necesariamente la leen mucho a ella, pero que algunos medios hacen eco de estos comentarios escritos por la actriz. Así pues, que después no se queje.

Yo pienso que los medios se cansarán tarde o temprano de esta moda y pasarán a la siguiente, que vaya a usted a saber cuál será. Lo que es claro es que gracias a Facebook y Twitter, la fama automática y rápida parece poder surgir, lo cual va muy de la mano con esta sociedad light, que impulsa a cualquier baboso a que se convierta en actor, en cantante, en locutor, en bailarín, aunque no haya estudiado nada de eso y solamente sea una cara atractiva para la televisora que lo está animando a que se meta en este negocio de la fama pública. Lo que se les olvida es que la fama así es tan volátil que puede desaparecer en el momento que a la televisora le dé su regalada gana. Si mañana se cansa de la actricita/actorcito, cantante, locutor/a, recién creado de la nada, lo desecha y listo. Ya el público se encargará de olvidarlo. Acuérdense del ahora lamentable “payasito de la TV, Cepillín”.

Pero curioso es que no importa los años que alguien haya estado en la TV mexicana. Puede ser borrado del mapa sin misericordia cuando a la televisora ya no le interese su presencia a cuadro. Así despareció el hijo de Zabludovsky, Abraham, que daba noticias… ¿dónde está? O Guillermo Ochoa, que creo sigue en un oscuro noticiero que nadie escucha… O los bobos de Big Brother México, que se dejaron encerrar en una casa por no sé cuántos días a cambio del éxito pasajero, de esos 15 minutos de fama, como diría Warhol, quizás, para ser olvidados, para terminar con pena y sin gloria.

Yo entiendo que la gente quiera sentirse importante, pero estas modas de Twitter o Facebook no creo que sean el camino. De hecho, pienso que terminarán teniendo el mismo derrotero que los eventuales actores que incursionan con un apoyo desmedido y después son desechados. Cuando los medios se cansen de leer cuanta tonta opinión noten en Twitter, o cuando Facebook empiece a fastidiarlos, pues se olvidarán de ellos. Los desecharán. Así de simple.

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(*) La foto que ilustra este artículo es de un ¿comediante, actor? argentino. ¿Alguien lo conoce? me di a la tarea de buscar en Google y hallé su página en Wikipedia, con la siguiente advertencia: “Artículo o sección sin relevancia enciclopédica aparente: el asunto o la redacción inducen a creer que debería ser borrado”.

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