Soy muy fan de “House of Cards”. La empecé a ver en cuanto salió la segunda temporada y de inmediato me atraparon las aventuras de Frank Underwood que, como todo político, hace todo lo que puede para obtener cada vez más poder.

A diferencia de otras series exitosas, en esta producción original de Netflix hay elementos de la realidad que, irónicamente, se vuelven todavía más creíbles cuando se convierten en ficción, porque muestra toda la historia “humana” que puede haber detrás de la toma de decisiones que, por acertadas, equivocadas o macabras que sean, terminan afectando a millones de personas.

Para entenderla mejor hay que adentrarse en el contexto que forman la política y la geografía estadounidenses, que es algo que no le resulta ajeno a muchos mexicanos y que, en varios de sus elementos, comparte valores que ya son universales y aplican para la mayoría de los países del mundo (corrupción, venganza, nepotismo, manejo de medios de información, lucha por el poder, mesías autonombrados, conflicto de intereses y un muy largo etcétera).

Pero una de las cosas que más me gustan de “House of Cards” es cómo la tecnología fue capaz de transformar las obras dramáticas audiovisuales para adaptarlas a las nuevas costumbres e ideologías de las personas.

Me explico. De entrada, “House of Cards” fue pionera en publicar todos los capítulos de una temporada en un solo día, en vez de ir soltándolos diaria o semanalmente como se hacía en la televisión tradicional, ajustándose a las nuevas formas de consumo del público, que son regidas por el “cuando yo quiera”, “donde yo quiera” y “como yo quiera”.

Otro punto es que no está estelarizada por una estrella de televisión, sino de cine, Kevin Spacey (ganador del Oscar por “Belleza Americana” y “Sospechosos Comunes”), lo que le dio un nuevo nivel a las plataformas OTT, como Netflix, para que no fueran consideradas “de segunda”, sino una opción real de calidad, ya que podía tener ese nivel de personalidades (que además están activas y no en el final de su carrera), además de otras curiosidades, como que sus primeros episodios fueron dirigidos por David Fincher, director de filmes como “Se7en” o “El Club de la Pelea”.

La calidad de su producción es impecable, quizá un poco más baja en presupuesto y espectacularidad que una superproducción de Hollywood, pero superior a otras series multipremiadas, como “Mad Men” o hasta “Game of Thrones”, lo que la hace única en la historia y es una buena representante de esta nueva versión de la televisión (no hay que perder de vista que Netflix sigue siendo televisión).

“House of Cards” no es una serie para todos los gustos, pero se nota que sus productores conocen perfectamente a quién van dirigidos y se pueden dar el lujo de colocar en la historia personajes y situaciones con las que parte de su audiencia se puede identificar perfectamente, como los políticos o los periodistas. Además de  lenguaje y situaciones extremas que por leyes o temas éticos y hasta económicos sería imposible presentar por algún otro medio.

Esto se puede hacer gracias a que Netflix produce –todavía- estos contenidos enfocándose en públicos específicos y no pensando en las masas, como lo hace la TV tradicional. Para entender esto: Netflix tiene alrededor de 75 millones de suscriptores en todo el mundo, mientras que sólo en el Valle de México hay más de 8 millones de telehogares.

Otro “lujo” que puede darse Netflix es contar las historias seriadas de maneras diferentes a las de la televisión tradicional. Por ejemplo, en una telenovela, existe un punto climático al que se le suele (o solía) llamar “final de viernes”, que consistía en que los escritores llevaban la historia a un punto culminante cada cinco capítulos. Asimismo, en otras series, era necesario dar contextos todos los capítulos para que la audiencia recordara qué había pasado en otros puntos de la historia. Pero en “House of Cards” los picos dramáticos están en diferentes puntos de la historia, en donde en una sola temporada puede haber tres o cuatro cambios radicales en los personajes o en la relación entre ellos, sin detenerse demasiado en explicar los porqués, lo que le ayuda a avanzar rápidamente y lograr que en 13 capítulos pasen muchas cosas. Es como una película de casi 13 horas.

Y precisamente la tecnología también tiene un papel muy importante en la trama, ya que los teléfonos, los buscadores, los chats, las computadoras y hasta los videojuegos (nos presenta a un Presidente de Estados Unidos que es gamer) siempre están presentes con los personajes y hasta tienen sus propios “diálogos”, como cuando envían mensajes de texto. Esto se debe a que las marcas pagan una buena cantidad para posicionar sus productos, lo cual también es un lujo que difícilmente se puede dar la televisión, pues en una sola escena puede haber dos marcas que compiten entre sí. En este punto, el realismo es tal que, por ejemplo, las conversaciones delicadas se hacen en BlackBerry, las personales en iPhone y las de trabajo en Samsung.

Lo único que todavía me parece mal es que tenemos que esperar un largo año para ver la próxima temporada, pero al menos es un tiempo menor al que pasa entre el lanzamiento e un iPhone y el otro.

En fin, “House of Cards” es quizá la producción que más novedades ha incluido en la manera en la que las series se convirtieron en contenidos optimizados para las nuevas plataformas y las nuevas audiencias que consumen entretenimiento a través de nuevos dispositivos y plataformas.

Así de simple.