Nadie está a salvo del tratamiento de remake, ni siquiera Chucky, muñeco protagonista de una saga que hasta este día sigue un solo hilo narrativo (desde la original Chucky, el muñeco asesino de 1988, hasta El culto de Chucky de 2017), pero que por alguna razón ahora es objeto de la línea paralela del refrito.

Pero para nuestra sorpresa este remake, El muñeco diabólico, es en realidad una propuesta original, una cinta casi alejada por completo del material de origen, y que solo toma ciertos elementos de éste -como nombres de personajes- para presentar un ángulo completamente nuevo dentro de la franquicia.

La corporación de tecnología Kaslan lanzó al mercado a Buddi, un muñeco que, además de servir como enlace con otros productos Kaslan, tiene una avanzada inteligencia artificial que le permite aprender constantemente para convertirse en el compañero ideal.

Un Buddi al que le fueron eliminados los protocolos de comportamiento -y que se autonombra Chucky (Mark Hamill)- llega a las manos del niño Andy (Gabriel Bateman), y generará un vínculo tan enfermizo con su dueño que desatará muerte y caos a niveles insospechados.

La original Chucky, el muñeco diabólico es de tono serio, una cinta de horror cuyo argumento detona cuando un asesino serial alcanza a traspasar su alma antes de morir, vía hechizo vudú, a un muñeco.

En esta ocasión no hay almas ni vudú, sino una inteligencia artificial sin directrices de comportamiento y en interconexión con otros dispositivos, aspecto que el guionista Tyler Burton Smith (corresponsable del libreto del videojuego de ciencia ficción Quantum Break) aborda no desde el tono serio de la cinta original, sino desde una perspectiva que en todo momento abraza la comedia y el horror.

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Es así que desde su arranque, El muñeco diabólico se aleja del material de origen y se erige como una película prácticamente original, de la que no nos explicamos la necesidad de hacerla como un refrito de Chucky, el muñeco diabólico, cuando bien pudo ser una cinta sin vínculo con una propiedad preexistente.

El muñeco se llama Chucky y el niño se llama Andy, pero más allá de esos factores esta es una comedia de horror que es en partes iguales Gremlins, E.T. y una cinta slasher; un trabajo en el que el gag cómico no se queda en momentos de pastelazo, sino que da pauta al desarrollo de arcos (ojo con el que tiene que ver con una cabeza cercenada) y a la exposición de personajes.

Cuando la película opera al máximo con los engranajes de comedia, es imposible no reír ante la anarquía en pantalla, reminiscente a la del Joe Dante de Gremlins y Pequeños guerreros. Y cuando lo hace con los de cine slasher, resulta evidente que el director Lars Klevberg conoce bien el modo en que debe trabajarse ese subgénero, siempre preocupado por crear expectativa en torno a lo que será una buena muerte.

El muñeco diabólico, además aborda la paranoia tecnológica que caracterizó a varios trabajos de género de otras décadas, como El jardinero asesino inocente o la original Terminator, lo que delata el amplio interés en la ciencia ficción que tiene el equipo responsable de esta reinvención de Chucky.

Esta es una cinta que subsiste por sí misma, una que no es remake a pesar de estar promocionado como tal, un filme que con estupendas dosis de humor y gore expone un extremo caricaturesco, y en clave de horror comedy con toques de sci-fi, el alcance de las inteligencias artificiales.

Calificación: 8.5/10
El muñeco diabólico (Child’s Play)
Año: 2019
País: Estados Unidos
Dirección: Lars Klevberg
Guion: Tyler Burton Smith
Elenco: Aubrey Plaza y Brian Tyree Henry y Mark Hamill como la voz de Chucky