El mundo moderno tiene un componente con relativamente poco tiempo: el Internet. Antes fue la radio y posteriormente la televisión, que empezaron a entrar en las vidas de las personas de manera silenciosa pero inexorablemente. La televisión finalmente se convirtió en un gran negocio y por muchos años dominó las comunicaciones y la información, haciendo menos importantes otros medios como los impresos.

Y en estos medios masivos de comunicación un elemento importante y común, incluso en la era de Internet, fue la publicidad. Las grandes cadenas televisivas abiertas no le cobran a las personas por ver sus contenidos. El modelo de negocios se basa en que los anunciantes finalmente pagan por mostrar sus productos y así la empresa televisora vive.

Internet tiene estos elementos que nos hacen creer que es gratis. Por ejemplo, Google «regala» sus productos. Tenemos Gmail, que no nos cuesta, pero que desde su inicio se anunció que podría «leer» (a través de un sistema computarizado), los correos de sus suscriptores y así hallar palabras claves que se convertirían eventualmente en anuncios que aparecerían en sus correos.

Hubo críticas y quejas, indicando que Google violaba la privacidad, pero el gigante de las búsquedas aclaró que no están leyendo los correos para saber qué escriben los usuarios, sino que un sistema de cómputo simplemente revisa los mensajes para tratar de asociar gustos de los consumidores con palabras claves y tomar acciones publicitarias. Desde luego el escándalo ya pasó y nadie se acuerda de esto. Y todos usamos Gmail como si nada.

Es claro que Facebook está asociado con Amazon y quién sabe con qué empresa más para mandarnos anuncios relativos a nuestras búsquedas. Así, si busco un libro sobre ajedrez, en Amazon, por ejemplo, y aunque no adquiera nada, al entrar a Facebook no debiese extrañarme de ver anuncios de los libros que recién busqué. Y aunque esto podría alegarse, es invasión de la privacidad, ya los mercadólogos dirán que no, porque no les interesa saber quién busca y por qué lo hace, sino simplemente les interesan las búsquedas para «ayudar» a los usuarios con anuncios relevantes a sus intereses.

Pero obviamente los anuncios siguen siendo el modelo que permite que Google sea una de las empresas más ricas en el mundo. Y con YouTube, por ejemplo, el mecanismo de poner «banners» en los videos, sirve para hacerse de dinero con pocas dificultades. Vamos, aunque no parezcan muy relevantes, los anuncios siguen vendiendo.

Hasta en el entretenimiento

En las pasadas semanas empezó el bombardeo mediático sobre la película del Guasón, la cual pone en los cuernos de la Luna al protagonista, Joaquín Phoenix, el cual ya dan como ganador del Oscar en año que viene. Ya vi la película y sí, está muy bien hecha, muy trabajada y probablemente se llevará más de un premio Oscar. Pero el asunto es cómo incide toda esta propaganda, todos estos anuncios sobre el Guasón, de manera que ya hay memes, imitadores que bailan en unas escaleras como el personaje de la película. Y no faltarán los que para el «Halloween» se vistan del Guasón, del Bromas, del Joker, de forma que es lo que está de moda y la gente cae en los brazos de la publicidad de manera incontrolable.

El Guasón es el tema de hoy y hasta tengo un amigo, un muy buen pintor, que ha hecho un cuadro al óleo de la escena del Joker en el Metro en donde sufre un ataque de unos jóvenes profesionistas que simplemente «se querían divertir». Y no critico el talento de mi amigo. No. Lo que observo es cómo es que no nos damos cuenta y caemos en todas las artimañas de la publicidad, las hacemos nuestras y de alguna manera gobiernan nuestros actos. Vamos, uno de ellos y el primero en esta lista de la mercadotecnia es generar la suficiente intriga (o interés), para que la gente vaya a ver la película a las salas cinematográficas.

Me asombra el poder de la publicidad, de la mercadotecnia, que nos empuja a acciones que al final del día pensamos que son por motu propio y no como consecuencia de lo que la propaganda casi nos ordena hacer. Nos creemos libres pero estamos cada vez más lejos de serlo. Las nuevas tecnologías nos conocen mejor que nosotros mismos. Ellos ya saben nuestros gustos, nuestras necesidades, y nos imponen sus gustos aunque estos sean en ocasiones simplemente un asunto de hacernos creer únicos, irrepetibles, superiores, porque por ejemplo, uso una marca de teléfonos costosa.

Ya saben más de nosotros que nosotros mismos

Difícil abstraerse de los trucos de la mercadotecnia, de la publicidad, de la propaganda. Tal vez lo único que nos queda es entender que es así y tratar de no caer en todas estas influencias cuyo único fin es vender y nada más.