La idea de disfrutar nuestra música en donde sea que nos encontremos y de manera móvil o portátil hace que pensemos en tecnologías actuales como Spotify o Apple Music, plataformas que dan acceso a millones de canciones a las que se tiene alcance en cuestión de segundos vía stream.

Pero quienes nacieron y crecieron mucho antes del auge de la era digital, saben que la música se podía transportar en reproductores que constituyeron uno de los pilares de la cultura urbana de los 80.

Hablamos de las boomboxes, reproductores de audio considerados portátiles en su época y caracterizados por contar con uno o dos reproductores (y, en algunos modelos, grabadores) de casetes y con receptor de radio.

De hecho, en ciertas regiones hispanohablantes se les conoció como radiocasetes, pero el término ‘boombox’ fue el que acabó por adoptarse a escala general.

La primera boombox fue creación de Philips -la misma compañía inventora de los casetes de audio– y su principal innovación fue que se trató de la primera vez que las transmisiones de radio podían grabarse en cinta sin necesidad de que hubiera cables o micrófonos de por medio.

Hacia finales de los 70 la popularidad de las boomboxes se disparó en Estados Unidos, de manera que había opciones de Panasonic, General Electric y Sony, y fue en las comunidades adolescentes donde se adoptaron como acompañamiento de expresión urbana.

Durante los 80, Los Ángeles y Nueva York fueron las ciudades de ese país en las que el impacto fue mayor, principalmente entre las juventudes hispanas y afroamericanas, lo que derivó en una asociación inmediata con el hip hop.

La necesidad de tener bajos más potentes hizo que el mercado de las boomboxes entrara en el terreno de la extravagancia, pues a mayor potencia, mayor número de estructuras para soportar las vibraciones y, por ende, mayor tamaño y peso.

Además, el número de pilas doble D que requerían las boomboxes era absurdo. Había modelos que utilizaban hasta 10, lo que a su vez impactaba en el peso y en la facilidad para transportarlas.

Con la llegada de los 90 comenzó la caída de las boomboxes, pero hasta este día se mantienen como íconos de la cultura urbana y de la portabilidad musical.