La original The Matrix de 1999 es un parteaguas en la industria de cine, pues a pesar de que es un cúmulo de influencias que van del cine de acción hongkonés al anime -pasando por la obra de William Gibson-, se trató de un producto fresco que instaló en el imaginario colectivo los guardarropas negros combinados con gafas oscuras, los cuestionamientos existenciales y técnicas cinematográficas como el bullet time.

A esa película le siguieron dos polémicas secuelas que ampliaron, quizá innecesariamente, un mythos que era concreto y fascinante en el producto original, a cambio de secuencias de acción que hasta este día se mantienen dentro de las mejores de las últimas dos décadas (para muestra, la escena del freeway de The Matrix Reloaded).

A casi dos décadas de distancia del último estreno en cines de la saga, la directora Lana Wachowski regresa en solitario (sin su hermana Lilly) con una cuarta entrega que está en sintonía con la ola de revivals de franquicias de décadas pasadas, pero que a diferencia de ejemplos como Mad Max o Blade Runner, no presume creatividad en presentación ni en métodos de realización y se queda corta en visión y alcance con respecto a los tres filmes que le anteceden.

Han pasado varias décadas desde que Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss) murieron en el desenlace de The Matrix Revolutions para dar fin a la guerra contra las máquinas. La paz se consiguió, la Matrix continuó y en el mundo real hay nuevas dinámicas entre humanos y sintientes.

En ese contexto, Thomas Anderson, una superestrella de la programación de videojuegos, comienza a tener experiencias que parecerían ser cuadros más severos de su condición mental, pero cuando en su vida se cruza Bugs (Jessica Henwick) dará inicio un proceso en el que será consciente de la Matrix y de su papel en esta nueva versión del mundo simulado.

Más allá de su impacto en la cultura pop y de su premisa, la primera The Matrix es un discurso LGBT a veces evidente y a veces entre líneas, a manera de antesala del proceso de despertar y nuevo inicio por el que las hermanas Wachowski atravesaron años después del estreno de la trilogía original.

Con The Matrix Resurrections a Wachowski le interesa más reforzar el discurso -ahora con dejos corporativos- que permear de credibilidad la justificación de traer de vuelta una franquicia que a su vez obedeció a la paranoia tecnológica que estuvo presente en el entretenimiento a finales de los 90.

Existen aristas argumentales interesantes en la película, concretamente la inquietud por la industria del videojuego y por sus tecnologías y esquemas de negocios, áreas en la que las Wachowski se adentraron en la primera mitad de los dosmiles a través de Enter the Matrix, juego que complementó la historia de The Matrix Reloaded.

De hecho, al observar la manera en que hace días llegó la tech demo The Matrix Awakens a PlayStation 5 y Xbox Series -con todo y su prólogo en torno a la simulación de realidad que cada día implican más los videojuegos-, pareciera que el motor de esta nueva entrega es el auge del gaming y sus dilemas derivados de la virtualidad.

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Pero de pronto la película comienza a moverse en terrenos de autoconsciencia con los que no queda claro si la intención de Wachowski y sus coguionistas David Mitchell y Aleksandar Hemon era presentar una secuela que viera con humor tanto el legado de The Matrix como el contexto tecnológico actual, presentar una analogía de transición de género o simplemente mantener en la conversación, aún sin ideas frescas, una saga cuya segunda y tercera entregas ya eran accidentadas.

Lo más desafortunado es que The Matrix Resurrections se distancia de aquello que hizo tan especial a la trilogía original: las innovadoras y asombrosas secuencias de acción. Esta es una película que luce como cualquier otra cinta que hace uso de CGI y Wachowski -quien no se allegó de segunda unidad para filmar- es incapaz de conseguir un solo momento que se instale en la memoria del espectador una vez que corren los créditos finales.

Como filme en sí mismo y aislado de afanes comparativos, The Matrix Resurrections es una cinta gris que se pierde en la oferta de la cartelera comercial. Y como cuarta parte de una saga icónica, son desconcertantes la posición humorística autorreferencial que adopta Wachowski y la falta de ingenio arrojado al producto final.

The Matrix siempre fue un vehículo discursivo sobre despertares y vidas nuevas, presentado a través de derroche de estilo y maridaje de géneros y disciplinas con el fin de asombrar a la audiencia y de invitarla a cuestionar, a ejercer su poder de decisión -uno de los ejes temáticos de la franquicia. Y si bien aquí el discurso continúa, viene empapado de dejos corporativos que lo desproveen de honestidad (incluso hay un gag que involucra a Warner Bros.).

Desde luego incomodan las ausencias de Laurence Fishburne y Hugo Weaving en sus papeles de Morpheus y Smith, pero eso es lo de menos, pues al final la sensación que queda es que fue insuficiente esta píldora roja que se le dio a una saga que ya había concluido en una nota irregular hace casi dos décadas, ya que regresó para decir nada y con una evidente falta de entusiasmo detrás de la cámara.

Calificación: 5.0/10
The Matrix Resurrections
Año: 2021
País: Estados Unidos
Dirección: Lana Wachowski
Guion: Lana Wachowski, David Mitchell y Aleksandar Hemon
Elenco: Keanu Reeves, Carrie-Anne Moss, Yahya Abdul-Mateen II, Jessica Henwick, Jonathan Groff, Neil Patrick Harris, Priyanka Chopra Jonas y Jada Pinkett Smith