-¡genial!, puntos menos para comprarlo, pensé.
Debía de pagar una diferencia de 590 pesos. Opté por salir de la fila y observar qué teléfono me convenía. No quería nada fancy, tampoco algo monstruoso. Quería algo diferente, pero al final, todos consumimos lo mismo. De repente, a lo lejos, en un stand brillante: ¡Tarán! Un celular rojo, con una pantalla más grande, muy bonito, con buenas funciones…¡y muy femenino! Diferencia: 2,500 pesos —¡qué!, ¡ni siquiera es 3G!—. Mis ojos, de manera nefasteada, observaron al celular negro “de Belanova y Juanes”. De acuerdo con otra señorita, ya no debía de pagar nada, pues el nuevo rojo femenino había acaparado toda la atención económica. Ok, no pagar nada sonaba bien y más si era el celular que “usan” Belanova y Juanes.
Ha pasado una semana y estoy enamorada de mi teléfono. Tiene altavoz, radio FM, 1000 contactos, juegos como The Sims 2, puedo twittear (claro a 0.08 centavos por Kb), insertar comandos de voz (¡como en Inteligencia Artificial!), escuchar música en varios formatos, usar la calculadora, alarmas, agenda, videos, fotos a 2.0 megapixeles, tener un contador para caminar, correr y quemar calorías y lo más bonito de todo, es que incluye una mini-bocinita. Yo sé que existen teléfonos mil veces más pro que el mío, pero conforme he adquirido estos dispositivos, he descubierto que me gustan las cosas básicas y que incluso el no desear tener lo último de la tecnología en mis manos, hace que las cosas sencillas, como esta, me sorprendan.